Durante décadas la ciudad se diseñó para el automóvil, con grandes calzadas, aparcamientos y distancias largas entre vivienda, trabajo y servicios. Y aquel modelo que prometió libertad, nos dejó contaminación y ruido, pérdida de espacio público, tiempo en atascos, desigualdad territorial y una costosa huella ambiental.

Sin embargo, la emergencia climática y social nos empuja a un cambio de paradigma que supone transitar de las ciudades de los coches a las ciudades de las personas, donde la movilidad sea compatible con nuestra salud, y sea también inclusiva, eficiente y baja en carbono.
Esta transición no es sólo retórica en boca de nuestros políticos. Es un reto mayúsculo que exige planificación urbana coherente, políticas valientes, innovación empresarial y hábitos de los ciudadanos mucho más sostenibles.
1. Del coche-centrismo a la proximidad humana
El coche-centrismo multiplica las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y contaminantes como NO₂ y partículas finas, a la vez que incrementa la accidentalidad, el ruido y encarece la vida urbana por congestión, costes sanitarios y ocupación de suelo. Y seguro que lo habrás observado, ampliar vías y calzadas rara vez resuelve los atascos por la demanda inducida.
La alternativa es una ciudad que prioriza a las personas con calles completas y servicios cerca y, en este sentido, la ciudad de 15 minutos propone que educación, salud, comercio y ocio estén a un cuarto de hora caminando o en bici, reduciendo desplazamientos obligados y devolviendo tiempo de vida.
Zonas de bajas emisiones (ZBE), supermanzanas, peatonalizaciones y redes ciclistas protegidas muestran que, al disminuir los kilómetros motorizados, mejora la calidad del espacio público y la vitalidad de los barrios.
2. Movilidad sostenible y activa: caminar, pedalear y viajar juntos
La movilidad sostenible sigue una jerarquía clara: primero caminar, luego bicicleta y micromovilidad, después transporte público colectivo, y por último el coche privado, idealmente compartido y de cero emisiones.
Para que esta jerarquía se haga real, hay que transformar infraestructuras y reglas. Caminar debe ser seguro y agradable con aceras continuas, intersecciones bien diseñadas, calmado de tráfico a 30 km/h, sombra y bancos.
La bicicleta necesita redes protegidas y continuas, aparcabicis seguros e intermodalidad con el transporte público. Cuando la infraestructura es segura y su acceso comprensible, crece el uso y baja la siniestralidad.
El transporte público gana competitividad con carriles reservados, prioridad semafórica, buenas frecuencias, accesibilidad universal e información y pago sin fricciones.
La intermodalidad, acompañada de aparcamientos disuasorios, hubs amables y servicios de último kilómetro, completa el sistema que desarrolla la movilidad sostenible.
Experiencias como peatonalizaciones o supermanzanas demuestran que redistribuir el espacio viario eleva la seguridad, reduce el ruido y dinamiza la vida urbana.
3. Movilidad sostenible al trabajo: oportunidad empresarial
El desplazamiento habitual que realizan las personas entre su lugar de residencia y su lugar de trabajo o estudio (conocido en inglés como commuting) concentra gran parte de los desplazamientos urbanos.
Así, las empresas y grandes centros de actividad pueden liderar el cambio con Planes de Movilidad Sostenible al Trabajo. El punto de partida es un diagnóstico con encuestas de movilidad, aforos, inventario de aparcamiento y seguridad vial, seguido de objetivos medibles como reducir el coche con un solo ocupante, mejorar puntualidad y satisfacción, y bajar emisiones.
La estrategia integra movilidad activa con aparcabicis cubiertos, duchas e incentivos; electromovilidad y vehículos compartidos con recarga inteligente; transporte colectivo mediante lanzaderas coordinadas con operadores; y teletrabajo parcial y flexibilidad horaria para aplanar la hora punta.
La gestión del aparcamiento pasa de gratuidad indiscriminada a un sistema regulado que priorice a quien lo necesita y reinvierta ingresos en alternativas sostenibles. La logística de última milla con microcentros y bicicletas de carga reduce furgonetas y tiempos muertos.
Medir cuestiones como el reparto entre las distintas modalidades de movilidad, las emisiones evitadas y las mejoras en seguridad y satisfacción, y comunicarlas con transparencia, consolida la confianza y acelera los retornos de lo invertido en forma de menores costes, aumento de la salud laboral y de la reputación ESG.

4. Derecho a la movilidad y pobreza de transporte
La movilidad es un derecho habilitante que condiciona la inclusión y la calidad de vida. La pobreza de transporte aparece cuando el coste, la falta de opciones, la distancia o la inseguridad desconectan a personas y barrios de empleo, educación, salud y cultura.
Las respuestas combinan tarifas sociales y abonos integrados, accesibilidad universal en estaciones, vehículos y aceras, y una planificación con perspectiva de género que mejore iluminación, protocolos de seguridad y paradas a demanda nocturnas.
En áreas periurbanas y rurales, los servicios a la demanda y soluciones digitales conectan con líneas troncales. Los caminos escolares seguros devuelven autonomía a la infancia y alivian la congestión.
La proximidad urbana actúa como política social, pues al acercar servicios reduce la necesidad de desplazarse y amplía el acceso real. Medir accesibilidad en tiempos a hospitales, empleo o educación orienta inversiones y fija estándares mínimos por barrio.
5. Descarbonización y modernización: acelerar con inteligencia
En pocas palabras, la transición hacia la neutralidad climática se guía por lo que se conoce como evitar – cambiar – mejorar.
Evitar significa suprimir viajes innecesarios con urbanismo de proximidad, digitalización y teletrabajo. Cambiar es migrar a modos eficientes: caminar, bici y transporte colectivo. Mejorar exige tecnologías y energías más limpias.
Así, la electromovilidad urbana ofrece beneficios inmediatos con autobuses y flotas municipales eléctricas alimentadas por renovables, taxis y VTC eléctricos con recarga rápida y gestión inteligente, carsharing de cero emisiones y micromovilidad eléctrica para la última milla con reglas que aseguren convivencia.
En media y larga distancia, el ferrocarril electrificado debe ser el eje, con intermodalidad logística que reduzca la carretera; para usos difíciles de electrificar, el hidrógeno renovable o el biometano pueden tener un papel bajo criterios de eficiencia y adicionalidad. El diseño sostenible y la economía circular de baterías, neumáticos y componentes reducen impactos del ciclo de vida.
Las políticas públicas alinean incentivos: zonas de bajas emisiones bien diseñadas y comunicadas, tarificación del uso del coche en áreas congestionadas y una política de aparcamiento que libere espacio para personas y comercio; prioridad al transporte público con carriles y semáforos, extensión del límite 30 y adopción de Visión Cero; compra pública verde y criterios ESG en concesiones; y datos abiertos con pago sencillo mediante móvil o tarjeta.
Todo ello requiere financiación estable y gobernanza metropolitana que integre planificación, operación y tarifas, aprovechando fondos climáticos y de recuperación.
El urbanismo debe acompañar, de manera que la densidad bien diseñada, mezcla de usos, vivienda asequible cerca del transporte y recuperación de suelos para equipamientos y naturaleza urbana cierren el círculo virtuoso.

6. Conclusión: un pacto por calles más humanas
La transición de la ciudad de los coches a la ciudad de las personas supone mejoras tangibles: más tiempo, menos ruido, aire limpio, seguridad vial, comercio de proximidad y espacios de encuentro, junto a menos emisiones y consumo energético.
La ciudadanía puede optar por modos activos y apoyar la transformación del espacio público; las administraciones deben fijar metas claras, medir y redistribuir el viario con coraje político; y las empresas pueden desplegar planes ambiciosos e innovar en logística y movilidad del personal.
El cambio ya está en marcha. Acelerémoslo con ecointeligencia, invirtiendo donde más impacto social y climático logramos, a la vez que sostenemos una narrativa positiva que invite a la acción.
Si ponemos a las personas en el centro, la movilidad se convierte en aliada del bienestar y del clima, y la ciudad vuelve a ser un lugar para vivir, encontrarse y crear comunidad.
