Algunos llevan mal que el oro negro ahora sea el oro verde

Durante más de cien años, el mundo giró en torno a un recurso, el petróleo, el oro negro, que ha definido guerras, fronteras, alianzas y modelos industriales.

El oro verde es la energía renovable, un recurso estratégico que desplazará al petróleo y marcará el futuro venidero de los países

Hoy, sin embargo, el tablero ha cambiado, y las energías renovables, ese oro verde hecho de sol, viento y tecnología, se han convertido en el recurso estratégico que marcará la competitividad industrial, la soberanía energética y el peso geopolítico de los países en el siglo XXI.

Y no hablamos solamente de un cambio de combustible, sino de un cambio de lógica, pasando de contar barriles a gestionar electrones.

1. Del petróleo al electrón: cuando la energía define el poder

Si pensamos en el siglo XX, rápidamente aparecen imágenes de pozos petrolíferos, oleoductos, plataformas offshore y reuniones de la OPEP.

Controlar el petróleo significaba controlar el motor de la economía, es decir, controlar transporte, industria, ejército, fertilizantes … El oro negro era literalmente poder líquido.

En el siglo XXI, el eje se desplaza. Seguimos necesitando energía, pero cada vez más en forma de electricidad limpia. La transición energética no es solamente una cuestión ambiental, sino un cambio profundo en la infraestructura que sostiene nuestras sociedades.

La electricidad se ha convertido en el nuevo crudo que alimenta fábricas, centros de datos, vehículos eléctricos, redes de comunicaciones, hogares hiperconectados.

Y quien dispone de energía renovable abundante, estable y bien gestionada tiene una ventaja competitiva similar a la de los grandes productores de petróleo del siglo pasado.

El paralelismo es claro: antes: el poder se medía en barriles de petróleo, ahora: el poder se mide en electrones renovables baratos y fiables

2. Competitividad industrial: el kilovatio como nueva frontera

La energía no es un tema sólo ambiental, sino que, sobre todo, es una cuestión económica y de modelo productivo, y la competitividad industrial de un país depende cada vez más del coste y la estabilidad de su energía.

Una fábrica de acero, una planta de hidrógeno verde o un centro de datos no eligen ubicación únicamente por la mano de obra o los impuestos. Miran con lupa el precio del kilovatio hora, la seguridad de suministro y los objetivos de descarbonización. En este contexto, la gestión energética se vuelve tan estratégica como la fiscal o la laboral.

Los países capaces de producir energía renovable abundante y barata (y de integrarla bien en su sistema eléctrico) atraerán inversión, talento y nuevas industrias. Los que sigan atados a combustibles fósiles caros y volátiles quedarán rezagados, con industrias menos competitivas y una factura energética que actúa como lastre.

Dicho de otro modo, la transición energética no es sólo verde, sino que es una carrera industrial, en la que la soberanía energética se ha convertido en un pilar de la soberanía económica.

3. Del pozo a la mina: el lado material del oro verde

Pero el oro verde no es etéreo. Detrás de cada panel solar, aerogenerador o batería hay una realidad física de materiales: cobre, litio, níquel, cobalto, tierras raras …

La interdependencia entre energía y materiales críticos es uno de los grandes retos de esta nueva era.

Si en el siglo XX los mapas de poder se dibujaban alrededor de los grandes yacimientos de petróleo y gas, hoy empiezan a trazarse alrededor de las minas de litio, las refinerías de cobalto o las cadenas de suministro de componentes para baterías y electrónica de potencia. Cambian los países protagonistas, cambian las rutas, pero la dependencia sigue ahí.

Esto nos obliga a incorporar al discurso energético otros 2 conceptos clave: la economía circular y, dentro de ella, el reciclaje avanzado.

No basta con desplegar gigavatios de energía renovable, tenemos además que repensar todo el ciclo de vida de los equipos, desde su diseño circular hasta su segunda vida y su recuperación de materiales.

Sin esa visión sistémica, corremos el riesgo de cambiar de dependencia (del petróleo a los minerales críticos) sin resolver el problema de fondo.

4. Refinar el oro verde: del megavatio instalado al sistema inteligente

En el mundo del petróleo, el valor no estaba únicamente en extraer crudo, sino en refinarlo para convertirlo en gasolina, diésel, plásticos, productos químicos.

Con las renovables pasa algo parecido, ya que instalar megavatios de capacidad es sólo el principio, residiendo el verdadero valor en cómo los integramos y gestionamos.

Podemos imaginar el nuevo sistema energético como una red de refinerías inteligentes formadas por:

  • Un mix energético optimizado, que combina diferentes tecnologías renovables (solar, eólica, hidráulica, biomasa o geotermia) y, allí donde sea necesario, respaldos de bajas emisiones.
  • Sistemas de almacenamiento (baterías, bombeo hidráulico, hidrógeno verde) que permiten almacenar energía cuando sobra y liberarla cuando hace falta.
  • Redes inteligentes (smart grids) capaces de ajustar, casi en tiempo real, la oferta y la demanda, integrando generación centralizada y distribuida, autoconsumo, comunidades energéticas y vehículos eléctricos.
  • Estrategias de eficiencia energética y gestión de la demanda, para que consumir mejor sea tan importante como producir más.

Refinar el oro verde significa pasar de un modelo rígido, basado en grandes centrales fósiles, a un ecosistema flexible, digitalizado y distribuido.

Ya no se trata solo de producir electricidad renovable, sino de convertirla en un activo estratégico gracias a una gestión energética inteligente.

5. La crisis del gas como despertador colectivo

La crisis del gas en Europa tras 2022 fue un recordatorio brusco de lo que significa depender de combustibles fósiles importados.

De repente, conceptos como independencia energética o seguridad de suministro dejaron de ser abstracciones técnicas para convertirse en titulares diarios y preocupación ciudadana.

Esa crisis actuó como un acelerador, provocando que muchos países pisaran el acelerador en lo relativo a las energías renovables, eficiencia energética, electrificación de consumos y diversificación de proveedores.

La soberanía energética ha dejado de ser un tema marginal para pasar a ser el centro de las agendas industriales y climáticas

La lección es clara: cuando tu bienestar, tu empleo y tu industria dependen del precio de un gas que no controlas, tu margen de maniobra como país se reduce dramáticamente.

Por el contrario, cuando aprovechas tus propios recursos renovables (sol, viento, agua, biomasa) y los combinas con una buena gestión del sistema, ganas estabilidad, capacidad de planificación y resiliencia.

6. Del control de barriles al control de electrones

En este nuevo paradigma, el poder ya no está en la llave de un oleoducto, sino en la arquitectura de un sistema eléctrico renovable, resiliente y digital, pasando del control de barriles al control de electrones.

Controlar electrones no significa dominarlos de forma autoritaria, sino diseñar un sistema que:

  • Asegure soberanía energética, minimizando vulnerabilidades externas.
  • Potencie la competitividad industrial, ofreciendo energía renovable asequible y fiable.
  • Respete los límites planetarios, alineándose con los objetivos climáticos.
  • Involucre a la ciudadanía, a través de autoconsumo, comunidades energéticas y participación en decisiones.

Aquí la transición energética se convierte en una transición de poder: del monopolio al ecosistema, del recurso bruto a la inteligencia colectiva, de la dependencia a la colaboración.

Los daños medioambientales de la extracción del petróleo

7. Conclusión: hace falta inteligencia estratégica

La verdadera ventaja del siglo XXI no estará solo en disponer de abundante energía renovable, sino en saber gestionarla estratégicamente.

Países con menos recursos naturales, pero con capacidad de planificación, innovación tecnológica y buena regulación pueden adelantarse a otros con más sol o viento, pero menos visión.

Lo mismo ocurre a escala empresarial, territorial e incluso personal. Contar con paneles solares, contratos verdes o sistemas ecoeficientes está bien, pero la diferencia la marca cómo se integran, cómo se gestionan y qué decisiones acompañan esa transición.

Como ciudadanos, la pregunta que podemos hacernos no es solamente ¿de dónde viene mi energía?, sino también ¿cómo se está gestionando?

Una vez respondidas estas cuestiones, aparecen otras cómo: ¿estamos apoyando un modelo de gestión energética inteligente, transparente y sostenible?, ¿reclamamos políticas que impulsen la independencia energética y la competitividad industrial verde?, y ¿aprovechamos nuestra capacidad de acción para empujar este cambio?

El oro negro marcó el siglo XX. El oro verde está llamado a marcar el siglo XXI. La cuestión es si seremos meros espectadores de esa transición o protagonistas conscientes de un nuevo modelo energético que combine sostenibilidad, soberanía y prosperidad.

La invitación queda sobre la mesa, así que, la próxima vez que enciendas una luz, cargues tu móvil o te plantees cómo moverte, piensa que detrás de ese gesto hay mucho más que un interruptor. Hay un modelo de mundo.

¿Cuál quieres ayudar a construir tú?

Ricardo Estévez

Mi verbo favorito es avanzar. Referente en usos innovadores de TIC + Marketing. Bulldozer sostenible y fundador de ecointeligencia

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.