Compro, luego existo

En 1987, la artista conceptual Barbara Kruger lanzó una provocadora consigna: I shop, therefore I am, traducida al español como Compro, luego existo, y que, inspirada irónicamente en el cartesiana Pienso, luego existo, resume de forma contundente una realidad social en la era del consumismo: las personas pasan a definirse más por lo que compran que por lo que piensan.

Compro, luego existo resume una realidad social en el consumismo: las personas pasan a definirse más por lo que compran que por lo que piensan

La obra de Barbara Kruger simboliza el afán compulsivo de comprar sin necesidad que domina a la sociedad contemporánea. Concebida en plena vorágine consumista de finales del siglo XX, se erigió en un icono de crítica cultural, denunciando con sarcasmo que hemos reemplazado nuestros valores y pensamientos por nuestras pertenencias materiales.

Hoy, varias décadas después, aquella crítica sigue más vigente que nunca, continuando atrapada nuestra sociedad en un modelo de consumo excesivo que pone en jaque al Planeta.

1. Orígenes del consumismo como nueva identidad

Esta crítica artística emergió en un contexto muy específico, el de los años 80, una época de apogeo capitalista donde la publicidad, el crédito fácil y la producción en masa consolidaron el consumismo como estilo de vida.

Kruger, con su experiencia en diseño publicitario, supo exponer con pocas palabras la paradoja de la sociedad de consumo: acumulamos cosas en busca de felicidad o estatus, pero terminamos vaciando de significado la existencia.

Su obra no solamente cuestiona el materialismo, sino que también hace un llamado a reflexionar sobre qué nos define como personas realmente. No es casualidad que esta pieza se haya convertido en un ícono cultural, ya que tocó una fibra sensible al revelar la verdad incómoda de que consumir se había vuelto sinónimo de existir.

En suma, el origen de Compro, luego existo nos sitúa ante el espejo de nuestra propia sociedad. La frase encapsula la crítica a un modelo en el que el tener prima sobre el ser.

2. El siglo XX: auge del consumismo y huella ambiental del derroche

El siglo XX fue testigo del auge de la sociedad de consumo a escala global. Tras la Revolución Industrial y, sobre todo, en la prosperidad de la posguerra, países enteros abrazaron un adictivo modelo lineal basado en el fabricar – usar – tirar.

La publicidad masiva y la obsolescencia programada forjaron una cultura de consumo descontrolado en la que siempre había que adquirir la última novedad, aunque lo anterior aún funcionara.

Este patrón trajo consigo un crecimiento económico sin precedentes, pero también sembró las semillas de una crisis climática y de una crisis ecológica

Desde la perspectiva de sus críticos, el modelo de consumo desenfrenado resultó ser socialmente desigual y ambientalmente insostenible. Para sus detractores, la sociedad de consumo ha generado una enorme desigualdad y un gran impacto medioambiental que la hacen insostenible a largo plazo.

Un consumo masivo y descontrolado implica explotar más recursos naturales de los que el Planeta puede regenerar, además de utilizar sustancias y procesos altamente contaminantes para sostener la producción industrial.

Un claro ejemplo es la explosión en el uso de plásticos en la segunda mitad del siglo XX. Este material versátil impulsó una economía de bienes desechables que facilitó la vida cotidiana, pero a un coste enorme.

La cultura de usar y tirar convirtió al plástico en un enemigo ambiental, contaminando océanos, suelos y la cadena alimentaria. Asimismo, prácticas como el fast fashion ilustran este derroche.

Cada producto barato que consumimos rápidamente y desechamos deja una huella ecológica en forma de recursos extraídos y residuos generados.

Pero quizá el impacto más alarmante del consumismo del siglo XX (y lo que va del XXI) sea el cambio climático. La voraz demanda de energía y bienes se satisfizo principalmente quemando combustibles fósiles a un ritmo cada vez mayor, liberando miles de millones de toneladas de CO₂ y otros gases de efecto invernadero (GEI) a la atmósfera. Este modelo de desarrollo permitió un aumento en el nivel de vida de muchos países, pero a costa de desestabilizar el clima planetario.

En resumen, la sociedad de consumo que floreció en el siglo pasado trajo prosperidad material, pero a costa de un deterioro ambiental sin precedentes. Hemos empujado los límites planetarios del Planeta al sobreexplotar recursos y saturar los sumideros naturales con contaminación.

3. Desigualdad Norte–Sur: el desequilibrio global del consumo y la crisis climática

El consumismo desmedido no afecta a todos por igual ni en su causa ni en sus consecuencias. Existe una marcada desigualdad entre el Norte y el Sur global en términos de consumo de recursos y generación de emisiones contaminantes.

En pocas palabras, los países ricos (Norte Global) han sido históricamente responsables de la mayor parte del consumo y la contaminación, mientras que los países pobres (Sur Global) han contribuido muy poco al problema, pero sufren desproporcionadamente sus efectos.

Esto ha dado lugar al concepto de deuda ecológica o injusticia climática, pues quienes menos han contribuido a la degradación ambiental son quienes más están pagando las consecuencias.

Las cifras ilustran esta inequidad. Por un lado, gran parte de la riqueza del Norte Global se construyó a lo largo del último siglo gracias a la quema intensiva de combustibles fósiles y a un modelo de producción lineal y contaminante que externalizó sus costes ambientales.

Mientras tanto, el Sur Global apenas ha aportado una fracción de las emisiones. África, por ejemplo, alberga casi una quinta parte de la población mundial (más de 1.300 millones de personas), pero ha contribuido con menos del 7% de las emisiones GEI que provocan el cambio climático.

No obstante, es justamente África, junto con otras regiones vulnerables de Asia y América Latina, quien ya sufre un devastador aumento de sequías, inundaciones, desertificación y desastres climáticos sin precedentes.

La brecha de consumo no solamente se evidencia entre países, sino también entre clases socioeconómicas a nivel mundial. Estudios han revelado que entre 1990 y 2015 el 10% más rico de la población mundial (unos 630 millones de personas) fue responsable del 52% de las emisiones de CO₂, mientras que la mitad más pobre de la humanidad (3.100 millones de personas) apenas generó el 7% de las emisiones en ese periodo.

Esta desigualdad extrema en la huella de carbono significa que las élites adineradas (con sus estilos de vida poco sostenibles) tienen un impacto climático cientos de veces mayor que las personas con menos recursos.

El reconocimiento de esta injusticia ha llevado a reclamos de un reequilibrio radical del consumo global. Combatir la crisis climática no es posible sin abordar la brecha de emisiones entre ricos y pobres, y entre Norte y Sur.

Esto implica que los países desarrollados y las clases altas disminuyan drásticamente su huella ecológica al tiempo que asumen su responsabilidad histórica apoyando a las naciones en desarrollo.

4. Hacia un consumo consciente, justo y sostenible: el cambio que necesitamos

Frente a los retos descritos, surge una conclusión ineludible: debemos redefinir nuestra forma de consumir.

Pasar de la lógica de compro, luego existo a soy consciente, luego consumo mejor es crucial para garantizar un futuro viable.

¿Cómo sería un consumo consciente, justo y sostenible? En esencia, es aquel en el que priorizamos la calidad de vida y la equidad sobre la cantidad de bienes, satisfaciendo nuestras necesidades sin comprometer las de los demás ni las de las próximas generaciones. Esto requiere cambios tanto individuales como colectivos, y, sobre todo, un cambio de valores.

Un consumidor consciente se cuestiona sus hábitos y selecciona productos y servicios en función de necesidades reales y de su impacto ambiental y social

Reconocer que detrás de muchos bienes de consumo asequibles hay a veces explotación laboral o degradación ambiental en países pobres, y que eso también debe cambiar para que nuestro consumo no se base en la injusticia.

La justicia en el consumo aboga por un reparto más equitativo de los recursos, es decir, que todos puedan cubrir sus necesidades básicas antes de que algunos despilfarren recursos.

En términos globales, implica respetar el derecho de las regiones menos desarrolladas a mejorar su bienestar material, compensando la deuda ecológica histórica y evitando imponerles la mayor carga de un problema climático que no crearon.

5. Conclusión: Nueva forma de existir, nueva forma de consumir

La frase compro, luego existo nos ha servido de punto de partida para reflexionar sobre el consumismo y sus implicaciones sociales y ambientales.

La buena noticia es que otra forma de existir es posible. Una donde el ser recupere su primacía sobre el tener. Donde la creatividad, la solidaridad y el respeto a los límites de la naturaleza guíen nuestra forma de vivir y consumir de manera responsable.

Ser ecointeligente supone vivir en armonía con el entorno, satisfacer nuestras necesidades reales, minimizar el impacto negativo y maximizar el impacto positivo. Supone darnos cuenta de que cada decisión de compra es un voto por el tipo de mundo que queremos.

En este camino hacia un consumo consciente, justo y sostenible, todos tenemos un rol que jugar. Los ciudadanos, adoptando hábitos más responsables y alzando la voz para exigir cambios sistémicos; las empresas, innovando hacia la sostenibilidad y la ética; los gobiernos, regulando y facilitando la transición verde con políticas valientes.

La transición no estará exenta de retos, pues implica confrontar inercias económicas y culturales muy arraigadas. Sin embargo, los beneficios son enormes.

Al final, superar la lógica del compro, luego existo significa afirmar que existimos plenamente no por la cantidad de cosas que acumulamos, sino por nuestras acciones, nuestras relaciones y nuestro respeto por la vida en la Tierra.

Ricardo Estévez

Mi verbo favorito es avanzar. Referente en usos innovadores de TIC + Marketing. Bulldozer sostenible y fundador de ecointeligencia

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