La Conferencia de las Partes (COP) es el principal foro internacional para enfrentar el cambio climático, tratándose de una reunión anual organizada por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), en la que delegados de casi todos los países del mundo se dan cita para negociar compromisos y buscar soluciones para luchar contra las crisis ambientales que nos azotan.
Cada año, las COP se celebran con la esperanza de avanzar en la colaboración internacional para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), reforzar la adaptación a los impactos climáticos y financiar acciones de protección medioambiental en los países más vulnerables.
En esta ocasión, la COP29, celebrada en Bakú (Azerbaiyán) a finales de 2024, ha traído consigo nuevas expectativas, compromisos y también ciertos retos pendientes.
La edición de la COP28, celebrada en Dubái en 2023, marcó un hito por ser la primera realizada en un país productor de combustibles fósiles con una gran dependencia del petróleo. Es lo que podemos denominar un petroestado …
Esa circunstancia hizo que muchos actores internacionales criticaran el contexto en el que se debatían temas tan sensibles como la descarbonización y la transición energética, aunque lo cierto es que Dubái fue escenario de algunas importantes declaraciones, como el compromiso por parte de más de 100 países para reducir las emisiones de metano en un 30% para 2030, así como la promesa de acelerar la financiación a los países más afectados por el cambio climático.
También hubo un consenso sobre la necesidad de abandonar gradualmente el uso del carbón y otros combustibles fósiles, aunque la falta de detalles concretos dejó ese compromiso más como una declaración de intenciones que como una hoja de ruta clara.
En Bakú, capital Azerbaiyán (otro petroestado), la COP29 se propuso abordar algunas de las cuestiones que quedaron abiertas en Dubái y enfrentar nuevos desafíos urgentes.
Uno de los principales objetivos fue fijar plazos y detalles concretos para la eliminación progresiva de los combustibles fósiles, así como dar forma definitiva al fondo de pérdidas y daños, mecanismo que busca asistir a los países más vulnerables a las consecuencias del calentamiento global.
Este fondo fue acordado inicialmente en 2022 en la COP27 de Sharm el Sheij (Egipto), pero aún se requerían detalles sobre su implementación, financiación y mecanismos de gestión. Además, otro de los objetivos fundamentales fue asegurar compromisos vinculantes de más naciones para reducir las emisiones en línea con los 1,5ºC acordados en el Acuerdo de París (COP21), así como avanzar en la transición hacia fuentes de energía renovable y promover la electrificación de sectores clave como el transporte y la industria.
Tras 2 semanas de intensas negociaciones, la COP29 concluyó con una declaración final que dejó sentimientos encontrados.
Por un lado, se logró algún avance significativo, como el acuerdo sobre el mecanismo del fondo de pérdidas y daños, con una estructura que permitirá a los países más afectados recibir asistencia inmediata tras eventos climáticos extremos, movilizándose al menos 300.000 millones de dólares por año para los países en desarrollo con horizonte 2035.
Puede parecer mucho dinero, pero esta cifra es aproximadamente un tercio del presupuesto de defensa de Estados Unidos y es claramente inferior a los 400.000 millones que se estiman necesarios.
Este avance fue considerado un paso importante, ya que representa una muestra tangible de solidaridad internacional frente a las consecuencias del cambio climático, a lo que se sumaron adicionalmente nuevos compromisos para aumentar la participación de las energías renovables en la matriz energética global, especialmente en países con grandes capacidades de generación solar y eólica.
Sin embargo, la declaración final de la COP29 también mostró importantes carencias y, a pesar del consenso sobre la urgencia de la acción climática, no se alcanzó un acuerdo claro y vinculante para la eliminación progresiva de todos los combustibles fósiles.
Muchos países productores, incluyendo algunos de los más influyentes, argumentaron que una transición rápida pondría en riesgo la seguridad energética y el desarrollo económico, especialmente en el contexto de una economía global que sigue recuperándose de los efectos de la pandemia y de la crisis energética derivada de los conflictos internacionales.
Como resultado, el lenguaje del documento final quedó diluido en términos generales que, si bien reconocen la necesidad de una transición, no establecen plazos ni acciones concretas
Otro de los puntos críticos fue la falta de compromisos claros en cuanto al financiamiento necesario para apoyar la transición energética en países en desarrollo, y, aunque se mencionó la importancia de aumentar las inversiones en renovables y en adaptación climática, no se fijaron metas financieras precisas ni se establecieron mecanismos que garanticen el cumplimiento de las promesas ya hechas por los países desarrollados.
La experiencia de las cumbres anteriores muestra que la financiación sigue siendo un tema espinoso, con muchas promesas incumplidas y una brecha creciente entre las necesidades de los países vulnerables y los recursos efectivamente movilizados.
En términos de descarbonización, si bien varios países anunciaron planes para acelerar la transición hacia energías limpias y electrificar sectores clave, la realidad es que la acción colectiva está lejos de ser suficiente para limitar el aumento de la temperatura global a 1,5°C.
Los informes presentados por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) durante la conferencia mostraron que, al ritmo actual, el mundo se encamina hacia un aumento de la temperatura de entre 2,4 y 2,8°C para finales de siglo.
Este escenario tendrá consecuencias devastadoras, especialmente para las comunidades más pobres y vulnerables, que ya están soportando los efectos más severos del cambio climático.
Un aspecto positivo que dejó la COP29 fue la mayor participación de la sociedad civil y de actores no estatales, como empresas, ONG y gobiernos locales, comprometiéndose cada vez más organizaciones privadas a reducir sus emisiones y a adoptar políticas más sostenibles.
Esto refuerza la idea de que la lucha contra el cambio climático no depende exclusivamente de los gobiernos nacionales, sino que necesita el compromiso de toda la sociedad.
En Bakú, numerosas empresas del sector financiero se comprometieron a no financiar nuevos proyectos de explotación de combustibles fósiles, lo cual podría tener un impacto significativo en la reducción de futuras emisiones.
La declaración final de Bakú incluyó también un llamamiento a reforzar la cooperación tecnológica entre los países, con el objetivo de acelerar el desarrollo y la transferencia de tecnologías limpias, y, aunque este punto fue bien recibido, especialmente por los países en desarrollo, sigue sin quedar claro cómo se implementará esta colaboración y cuáles serán los mecanismos para asegurar que las tecnologías lleguen a quienes más las necesitan.
Históricamente, la transferencia de tecnología ha sido otro tema conflictivo en las negociaciones internacionales, y la falta de detalles prácticos en el acuerdo de Bakú genera dudas sobre su efectividad real.
En definitiva, la COP29 dejó un sabor agridulce
Aunque hubo avances importantes, como el establecimiento del fondo de pérdidas y daños y el aumento de los compromisos en energías renovables, la falta de decisiones vinculantes sobre la eliminación de combustibles fósiles y el financiamiento para la transición energética muestra que aún queda un largo camino por recorrer.
Grandes expectativas, pequeños compromisos, si bien significativos en algunos aspectos, pero que siguen sin estar a la altura de la urgencia que requiere la crisis climática
Otra cuestión que tratar es la reelección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, que ha generado inquietud sobre el futuro de las Conferencias de las Partes (COP) y los esfuerzos globales contra el cambio climático.
Durante su primer mandato, Trump retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París y desmanteló más de un centenar de regulaciones ambientales, debilitando la acción climática internacional.
En su campaña para el segundo mandato, Trump ha prometido revertir políticas climáticas previas, como la Ley de Reducción de la Inflación (IRA), que destinó fondos significativos a iniciativas de energía verde.
También ha manifestado su intención de impulsar la producción de combustibles fósiles y reducir las regulaciones ambientales, lo que podría obstaculizar los compromisos internacionales para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).
La influencia de Estados Unidos en las negociaciones climáticas es considerable, y un cambio en su postura puede afectar la dinámica de las COP, aunque es poco probable que la reelección de Trump marque el fin de las COP.
Estas conferencias son plataformas fundamentales para la cooperación internacional en materia climática, y muchos países han reafirmado su compromiso con los objetivos del Acuerdo de París, independientemente de la posición estadounidense.
Se estima que si estas COP el Planeta avanzaría hacia un escenario apocalíptico de un incremento de temperaturas de 5 °C
Es un deseo generalizado que la próxima COP30 pueda ser un punto de inflexión que determine si los países realmente están dispuestos a tomar las decisiones necesarias para asegurar un futuro sostenible.
Es fundamental que se pase de las palabras a la acción concreta, con compromisos claros, plazos definidos y un enfoque que ponga en el centro a las comunidades más vulnerables, para hacer frente al desafío más grande al que se enfrenta la humanidad en las próximas décadas.
Y tú, ¿no tienes la sensación (o la certeza) de que estamos perdiendo un tiempo precioso?