Megaincendios, el nuevo desafío global frente al cambio climático

En los últimos años, hemos visto incendios forestales cada vez más grandes, rápidos y extremos, hasta el punto de desafiar por completo los métodos tradicionales de extinción. Estos siniestros descomunales son conocidos como megaincendios (megafires) o incendios de sexta generación.

Los megaincendios o incendios de sexta generación son intensos e impredecibles y liberan tal cantidad de energía que llega a modificar la meteorología de su entorno, generando auténticas tormentas de fuego

Un incendio de sexta generación es intenso e impredecible y libera tal cantidad de energía que llega a modificar la meteorología de su entorno, generando auténticas tormentas de fuego.

Esto sucede cuando el calor y el humo forman grandes nubes convectivas llamadas pirocúmulos, capaces de producir sus propios vientos racheados, rayos e incluso precipitaciones erráticas.

El resultado es un incendio que crea su propio clima, alimentándose a sí mismo y dificultando enormemente el trabajo de los bomberos. De hecho, los expertos señalan que estos fuegos no son apagables por los medios de extinción actuales y sólo se logran controlar cuando cambian las condiciones meteorológicas o se agota el combustible disponible.

En otras palabras, un megaincendio supera la capacidad de extinción, ya que ni el despliegue masivo de brigadas y aviones es suficiente para frenarlo en su punto álgido.

1. ¿Qué son los megaincendios o incendios de sexta generación?

Los especialistas describen varios rasgos distintivos en los incendios de sexta generación:

  • Intensidad extremadamente alta: las llamas liberan energías descomunales, superando con creces los umbrales de incendios convencionales.
  • Velocidad de propagación muy rápida: bajo condiciones de calor, viento y combustible abundante, el frente del fuego avanza a una velocidad inusual, dificultando su control.
  • Focos secundarios a gran distancia: las brasas y pavesas transportadas por el viento caen lejos, saltando cortafuegos y originando nuevos focos varios kilómetros por delante.
  • Simultaneidad de frentes: pueden iniciarse o converger varios focos a la vez, saturando la capacidad de respuesta.
  • Comportamiento impredecible: al generar su propia dinámica atmosférica, el incendio cambia de dirección o intensidad de forma abrupta, fuera de los modelos habituales de predicción.

En suma, un megaincendio crece rápido, es errático y arrasa todo a su paso

Ejemplos recientes no faltan. En España, incendios como el de Sierra Bermeja (Málaga, 2021) o el ocurrido en Tenerife en agosto de 2023 han sido calificados por científicos como de sexta generación. A nivel mundial, tragedias como los grandes fuegos de Portugal y Chile en 2017, los de Australia en 2020 o los megaincendios masivos de Canadá en 2023 también ejemplifican esta nueva tipología potenciada por el cambio climático.

La realidad de la crisis climática está contrastada científicamente

2. El factor del cambio climático

Una de las causas principales de porqué está proliferando este tipo de incendios es el cambio climático, que está alterando profundamente las condiciones de nuestros bosques.

Se habla de que muchos de nuestros bosques están quedando fuera de rango climático, es decir, la vegetación actual creció bajo un clima que ya no existe, y ahora su entorno es mucho más cálido y seco de lo que pueden soportar.

Las intensas olas de calor y sequías prolongadas asociadas al calentamiento global dejan los ecosistemas forestales en una situación de estrés hídrico crónico, con árboles debilitados y un monte bajo reseco que arde con enorme facilidad. En estas condiciones de aridez extrema, los bosques se vuelven combustible listo para arder, aumentando la probabilidad de incendios de sexta generación.

El cambio climático no solo reseca la vegetación, sino que también está multiplicando los días de riesgo extremo y ampliando las áreas amenazadas por el fuego. Regiones que antes raramente sufrían incendios severos ahora experimentan veranos con condiciones prácticamente explosivas. Los veranos más largos y cálidos, junto con patrones meteorológicos erráticos (como tormentas secas con rayos), crean un cóctel peligroso que precipita incendios cada vez más intensos.

El último Informe de Síntesis del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático) señala que la influencia humana ha aumentado claramente el riesgo de eventos extremos compuestos (sequías y olas de calor) que desembocan en grandes incendios, y advierte de impactos económicos y sociales crecientes ligados a estos desastres.

3. Del abandono y la extinción a la prevención: un cambio de paradigma en la gestión forestal

El cambio climático explica parte del problema, pero otro factor decisivo es cómo hemos gestionado nuestros bosques en las últimas décadas.

Dos tendencias principales han agravado la situación: el abandono rural, con la pérdida de prácticas tradicionales como agricultura y pastoreo, lo que genera bosques densos y cargados de combustible; y un modelo centrado en apagar incendios rápidamente, relegando la prevención activa.

Esta situación se conoce como la paradoja de la extinción, es decir, apagar con eficacia incendios menores acumula más biomasa, lo que provoca incendios devastadores cuando finalmente ocurren condiciones extremas. El paisaje actual, homogéneo y lleno de vegetación, facilita la expansión rápida del fuego.

Los expertos coinciden en la necesidad urgente de cambiar la estrategia, pasando de reaccionar ante incendios a prevenirlos activamente. Esto implica recuperar paisajes heterogéneos, donde coexistan cultivos, pastos y bosques bien gestionados que actúen como cortafuegos naturales.

Además, es fundamental reintroducir de forma controlada el fuego mediante quemas prescritas, reduciendo combustible y restaurando el equilibrio natural del paisaje.

Los bosques del mundo han sufrido la pérdida del incendio de Acebo, Sierra de Gata

4. Bioeconomía forestal: bosques sostenibles para la prevención y el desarrollo rural

Adoptar estas medidas de prevención activa requiere cambios sociales y económicos en nuestras zonas rurales. Aquí es donde emerge un concepto esperanzador: la bioeconomía forestal.

Este enfoque propone ver nuestros bosques no solo como zonas a proteger del fuego, sino como motores de desarrollo sostenible para las comunidades, aprovechándolos de forma inteligente y respetuosa con el medio ambiente.

En la práctica, la bioeconomía forestal se traduce en una serie de acciones de manejo forestal regenerativo que vinculan lo ambiental con lo económico:

  • Reducción de la biomasa inflamable: mediante desbroce selectivo, podas y recogida de restos forestales, se disminuye la carga de combustible en el monte. Ese material extraído (ramas, matorral, maderas) puede valorizarse en vez de quemarse in situ.
  • Aprovechamiento sostenible de la madera y residuos: los productos forestales se pueden transformar en biomasa para energía, pellets de calefacción, materiales de construcción ecológicos, bioplásticos o incluso en mejoradores de suelo como el biochar (carbón vegetal). Así, lo que era un riesgo se convierte en insumo para bioindustrias verdes que crean empleo rural.
  • Reforestación con especies autóctonas y adaptadas: restaurar bosques con árboles nativos más resistentes al fuego y a las nuevas condiciones climáticas, aumentando la biodiversidad y la resiliencia del ecosistema.
  • Paisajes resilientes en mosaico: integrar corredores ecológicos, áreas agrícolas y zonas de pastoreo dentro del entorno forestal, recuperando ese mosaico tradicional que actúa de cortafuegos natural. La ganadería extensiva y la agricultura ecológica pueden convivir con el bosque, reduciendo combustible (por ejemplo, el ganado mantiene a raya el pasto seco) a la vez que dan sustento a las poblaciones locales.

En esencia, la bioeconomía forestal busca romper con la dicotomía entre conservación y desarrollo, y, bien aplicada, permite que la protección del monte contra incendios vaya de la mano con nuevas oportunidades económicas, impulsando una economía circular basada en el bosque.

Por ejemplo, una cooperativa local puede encargarse de limpiar el sotobosque de un pinar (prevención) y usar esa biomasa para producir pellets o compost (negocio sostenible). O una empresa de bioenergía puede invertir en gestionar montes degradados, obteniendo materia prima y a la vez disminuyendo el peligro de incendios.

Cabe destacar que implementar la bioeconomía forestal requiere visión a largo plazo, inversión y apoyo institucional. Hace falta financiar proyectos de prevención y manejo forestal que al principio pueden no ser rentables inmediatamente.

Sin embargo, los beneficios a medio plazo son enormes: paisajes más seguros, fijación de población en entornos rurales, nuevas industrias sostenibles y captura de carbono.

A nivel global se estima que la bioeconomía (en todos sus sectores) podría alcanzar un valor de 7,7 billones de dólares para 2030, con un gran potencial para generar empleos verdes y proteger ecosistemas al mismo tiempo.

5. Conclusión: de la emergencia a la ecointeligencia

Los megaincendios o incendios de sexta generación son uno de los síntomas más alarmantes del desequilibrio climático y territorial que estamos viviendo.

Cuando vemos arder decenas de miles de hectáreas fuera de control, en realidad estamos viendo la manifestación extrema de un problema gestado durante años: un clima cambiando más rápido de lo que nuestros bosques pueden adaptarse, y unas políticas forestales que deben evolucionar desde la reacción hacia la prevención activa.

La buena noticia es que sí es posible actuar. Podemos repensar nuestra relación con los bosques, dejando atrás la visión del monte como una bomba de tiempo o un mero escenario recreativo, para gestionarlo como un aliado frente al cambio climático y una fuente de vida y economía sostenible.

Lograr este cambio implica sumar esfuerzos de todos los sectores para desarrollar estrategias de prevención que garanticen paisajes vivos, diversos, resistentes y resilientes frente al fuego.

En definitiva, enfrentar el reto de los megaincendios requiere un cambio de paradigma sustentado en la ciencia, la experiencia tradicional y la voluntad colectiva, pasando de la cultura de la emergencia a la cultura de la ecointeligencia, es decir, anticiparnos al problema, adaptar nuestros bosques al nuevo clima y dar valor a lo que la naturaleza nos ofrece.

Ricardo Estévez

Mi verbo favorito es avanzar. Referente en usos innovadores de TIC + Marketing. Bulldozer sostenible y fundador de ecointeligencia

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