Del pozo al pulmón: el verdadero coste de los combustibles fósiles

Hablar de combustibles fósiles suele llevarnos a pensar en chimeneas, coches y centrales térmicas. Pero su huella en la salud empieza mucho antes de que el carbón arda o la gasolina se queme, y continúa décadas después de cerrar un pozo o desmantelar una refinería.

El coste de los combustibles fósiles se traduce en un impacto en la salud debido a la exposición a contaminantes asociados

Así lo documenta el informe de Global Climate and Health Alliance y titulado Cradle to Grave: The Health Toll of Fossil Fuels and the Imperative for a Just Transition, que en su 2ª edición mapea el ciclo de vida completo de carbón, petróleo y gas (desde la extracción hasta los residuos y el abandono de instalaciones) y demuestra su impacto persistente sobre nuestra salud y nuestras comunidades. 

Y detrás de las cifras hay personas. Musawenkosi Dhlamini, de 22 años, creció rodeado de minas en eMalahleni (Sudáfrica) y convive con un asma que le impide llevar una vida plena. En Chennai (India), el pescador R. L. Srinivasan describe cómo los derrames y la contaminación de refinerías han destruido los caladeros y una forma de vida ligada al mar durante generaciones.

Sus historias condensan el coste humano de una adictiva economía lineal basada en combustibles fósiles que enferma cuerpos, rompe comunidades y erosiona identidades culturales

1. Los combustibles fósiles y la salud: un daño a lo largo de toda la vida

El informe es contundente identificando que la exposición a contaminantes asociados a los combustibles fósiles afecta desde la vida prenatal hasta la vejez.

Se incrementan riesgos de bajo peso al nacer, partos prematuros y malformaciones; en la infancia, el asma y las alteraciones neurológicas; en la edad adulta, enfermedades cardiovasculares, cáncer y muertes prematuras. Las personas mayores sufren vulnerabilidades añadidas por la acumulación de exposiciones y enfermedades crónicas. 

1.1 ¿Qué contamina y dónde?

Repasemos las principales fases:

  • Extracción (minería de carbón, fracking, perforación marina): libera benceno, metales pesados, materiales radiactivos y partículas finas, elevando enfermedades respiratorias, cardiovasculares, cánceres y trastornos neurológicos en poblaciones cercanas. 
  • Refinado y procesado: emiten compuestos cancerígenos (benceno, tolueno, COV), con riesgo para trabajadores y barrios adyacentes, especialmente en corredores industriales densos. 
  • Transporte y almacenamiento: fugas y derrames que contaminan aire y agua y provocan efectos agudos y crónicos, incluidos daños neurológicos. 
  • Combustión (electricidad, transporte, usos domésticos): genera PM2.5 y óxidos de nitrógeno, asociados a asma, cardiopatías, ictus, cáncer, demencia y mortalidad prematura
  • Residuos y legado (cenizas de carbón, flaring de gas, sitios abandonados): mantienen la exposición a metales y toxinas durante años o décadas, con degradación ambiental y daño crónico. 

1.2 Daños persistentes y acumulativos

Muchos contaminantes (metales pesados como mercurio y plomo, benceno o las propias partículas finas) se acumulan en suelos, aguas y cadenas tróficas, provocando efectos sobre la salud que persisten incluso cuando cesa la actividad.

Hablamos de deterioro neurocognitivo infantil, disfunción renal, enfermedades cardiovasculares y múltiples cánceres que pueden manifestarse décadas después de la exposición inicial. 

2. Injusticias ambientales: quién respira la peor parte

Los impactos de salud no se reparten por igual, pues los factores económicos, raciales, geográficos y políticos aumentan la exposición de determinados colectivos.

Pueblos indígenas, minorías raciales, población con bajos ingresos y personas migrantes viven con más frecuencia cerca de infraestructuras contaminantes y con menos acceso a atención sanitaria de calidad. Son las llamadas zonas de sacrificio, donde la balanza de poder se inclina contra las comunidades locales. 

El daño trasciende lo clínico: pérdida de medios de vida, ruptura de la cohesión social, desplazamientos forzados y vulneración de derechos humanos

El informe conecta la presencia de megaproyectos extractivos con repuntes de violencia, trata de personas, abuso de sustancias y crisis de salud mental en los entornos de extracción. 

3. La triple crisis: contaminación, clima y sistemas de salud bajo presión

Los combustibles fósiles son la mayor fuente de gases de efecto invernadero (GEI) y alimentan una crisis climática que intensifica fenómenos extremos, propaga enfermedades y pone bajo estrés a los sistemas sanitarios. Hablamos desde olas de calor letales hasta inundaciones que contaminan acuíferos o ciclones que desencadenan accidentes industriales, agravando este efecto cascada las desigualdades existentes y multiplicando riesgos para la salud pública. 

A pesar de ello, buena parte de las políticas climáticas se han centrado en CO₂ y metano, ignorando la gama completa de daños sanitarios y sociales.

El informe alerta que la captura de carbono y las compensaciones no pueden solucionar tóxicos, residuos, ni los legados de contaminación en comunidades ya afectadas; prolongar la vida de proyectos fósiles bajo la promesa de capturar emisiones no evita el daño a la salud. 

4. El precio oculto de los fósiles: subsidios y costes sanitarios

En 2022, los subsidios a los combustibles fósiles alcanzaron unos 7 billones de dólares según estimaciones del FMI, de los cuales, 1,3 billones en ayudas explícitas (rebajas fiscales, topes de precios) y 5,7 billones en subsidios implícitos por no internalizar costes reales como la contaminación del aire, el cambio climático o la congestión.

Eliminar estas subvenciones y redirigir los recursos a energías limpias, resiliencia e infraestructuras saludables podría evitar millones de muertes prematuras y recuperar más de 4 billones de dólares de ingresos públicos hoy perdidos. 

Cuando incorporamos el coste sanitario de respirar aire contaminado o de tratar enfermedades cardiovasculares y cánceres asociados, la comparativa es demoledora: la energía renovable ya es más barata en gran parte del mundo, y si contamos la salud, la ventaja es aún mayor.

La Agencia International de la Energía (IEA) prevé que la demanda de petróleo y gas alcanzará su pico antes de 2030, y pide triplicar las inversiones en renovables hasta 4,5 billones de dólares anuales en 2030.

El cambio no solamente es necesario, sino que es sensato económica y sanitariamente

5. Hacia una transición energética justa: salud y equidad en el centro

5.1 Principios y palancas de cambio

Una transición justa no consiste solo en sustituir carbón, petróleo y gas por eólica y solar. Exige equidad en el acceso a energía limpia, participación comunitaria en las decisiones, inversión en salud pública, remediación ambiental, y alternativas económicas para las y los trabajadores y territorios dependientes del sector fósil.

Sólo así se abordan las raíces de la falta de justicia climática y se refuerza la resiliencia social

El informe propone medidas concretas:

  • Freno a la expansión fósil: alinear con el objetivo de 1,5°C e impulsar compromisos jurídicamente vinculantes de eliminación, siguiendo precedentes de países y alianzas como BOGA (Beyond Oil and Gas Alliance), el Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles (TNPCF)Powering Past Coal Alliance
  • Fin de subsidios fósiles y reasignación a salud y clima: con mecanismos de rendición de cuentas para asegurar el destino de los fondos a beneficios tangibles. 
  • Limpieza de la producción existente: reducir metano (fin del flaring, control de fugas, estándares estrictos) y tóxicos en comunidades de primera línea; evaluación de impactos acumulativos y programas de remediación. Estas medidas son puente, no coartada para perpetuar la extracción. 
  • Quien contamina paga: internalizar costes sanitarios y ambientales para alinear incentivos e impulsar la transición, apoyándose en el derecho a un entorno sano y en la inversión de la carga de la prueba hacia la industria. 
  • Investigación y acción comunitaria: estudios participativos que integren ciencia occidental y saberes tradicionales, orientados a cambios de política y recursos para las prioridades locales. 
  • Regular la desinformación y la publicidad fósil: restringir patrocinios y anuncios que blanquean impactos, siguiendo lecciones del control del tabaco y experiencias en Francia, Ámsterdam o Canadá. También, excluir a empresas fósiles de espacios internacionales dedicados a salud y clima. 
  • Poner las finanzas al servicio del clima: terminar con la financiación a nuevos proyectos fósiles y redirigir capital a renovables, evitando activos varados que pueden superar el billón de dólares
  • Liderazgo del sector salud: descarbonizar sistemas sanitarios, desinvertir en fósiles y convertirse en voz activa que humanice los impactos y acelere el cambio. 

5.2 Justicia social: nadie se queda atrás

Una transición justa prioriza a quienes han soportado la mayor carga: comunidades indígenas y racializadas, barrios de rentas bajas, trabajadoras y trabajadores de minas y refinerías.

Las políticas deben garantizar empleo digno, reconversión profesional, acceso a energía asequible y limpia, y remediación de suelos y aguas contaminadas.

La meta no es solamente evitar daños, sino mejorar la salud, la economía local y la cohesión social en el proceso.

6. Qué podemos hacer desde ya (políticas, empresas y ciudadanía)

6.1 Para responsables públicos

  • Alinear presupuestos con la salud: acabar con subsidios fósiles y financiar atención primaria, calidad del aire y rehabilitación energética de viviendas vulnerables. 
  • Establecer zonas de aire limpio y estándares ambiciosos de PM2.5 y NOx, con medición en tiempo real en barrios expuestos y datos abiertos. 
  • Exigir evaluaciones de impacto acumulativas y participación vinculante de comunidades afectadas en cualquier decisión energética. 

6.2 Para empresas y sector financiero

  • Planes de descarbonización con metas 2030 creíbles, fin de flaring y fugas, y trazabilidad de tóxicos; no confundir captura de carbono con licencia para seguir expandiendo fósiles. 
  • Desinversión progresiva de activos de alto riesgo y reasignación a renovables, eficiencia y soluciones basadas en la naturaleza con salvaguardas sociales. 

6.3 Para el sistema sanitario y la sociedad civil

  • Hospitales y centros de salud como anclas de transición: compra de energía 100% renovable, movilidad sostenible de personal, alimentación saludable y local.
  • Profesionales de la salud como mensajeros otorguen confianza.
Los daños medioambientales de la extracción del petróleo

7. Conclusiones: poner la salud en el centro de la transición

La ciencia es clara y la dependencia de combustibles fósiles está cobrando vidas hoy y comprometiendo el futuro.

La buena noticia es que sabemos qué hacer y tenemos las herramientas para hacerlo. Un viraje decidido hacia energías renovables, eficiencia y justicia social no sólo evitará enfermedad y sufrimiento; también puede mejorar la calidad de vida, fortalecer la economía y reconciliar a nuestras comunidades con sus territorios.

En definitiva, no hay más excusas para retrasar lo inevitable. La transición energética justa no es una utopía, sino que es una política de salud pública inaplazable, una estrategia económica ecointeligente y una apuesta ética por el bien común.

Que el aire que respiramos, el agua que bebemos y el trabajo que dignifica no dependan de un legado tóxico es la meta compartida que hoy nos convoca.

¡Actuemos en consecuencia!

Ricardo Estévez

Mi verbo favorito es avanzar. Referente en usos innovadores de TIC + Marketing. Bulldozer sostenible y fundador de ecointeligencia

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