Vivimos rodeados de mensajes sobre sostenibilidad que nos apedrean a diario, dícese, productos eco, campañas por el clima, acuerdos internacionales, etiquetas verdes en la nevera, el coche o la ropa, y, sin embargo, las emisiones siguen aumentando, los ecosistemas se deterioran y muchas promesas se diluyen antes de hacerse realidad.

¿Cómo es posible que sepamos tanto sobre la crisis climática y la de biodiversidad y, sin embargo, nos cueste tanto cambiar de rumbo de manera consistente?
Aquí es donde entra en juego la idea de sostenibilidad líquida, un intento de comprender por qué nuestros compromisos ambientales y sociales parecen, a menudo, frágiles, cambiantes y difíciles de consolidar.
Este concepto se inspira en la modernidad líquida del sociólogo Zygmunt Bauman, que describe una sociedad marcada por la fluidez, la inmediatez y la constante incertidumbre.
En este artículo vamos a explorar qué es la sostenibilidad, qué significa vivir en una modernidad líquida y qué ocurre cuando intentamos construir un futuro sostenible en un mundo que parece diseñado para lo rápido, lo efímero y lo descartable.
Y, sobre todo, veremos qué podemos hacer para reforzar nuestros esfuerzos sostenibles en este contexto tan inestable.
1. ¿Qué entendemos por sostenibilidad?
La definición más extendida de sostenibilidad se popularizó con el Informe Brundtland (1987), que la describe como la capacidad de satisfacer las necesidades del presente sin comprometer las de las generaciones futuras.
Esta idea se traduce habitualmente en sus famosas 3 vertientes o triple balance:
- Sostenibilidad económica: desarrollar actividades productivas viables, que generen empleo y bienestar sin destruir su propia base ecológica y social.
- Sostenibilidad social: garantizar derechos, equidad, cohesión social y calidad de vida.
- Sostenibilidad ambiental: conservar los ecosistemas, los recursos naturales y la estabilidad climática.
En la práctica, la sostenibilidad no es un estado fijo, sino un proceso dinámico que exige revisar cómo producimos, consumimos, nos movemos, diseñamos ciudades, tomamos decisiones políticas y empresariales, y cómo nos relacionamos con los demás seres vivos.
También implica introducir el largo plazo en un sistema que suele priorizar el beneficio rápido, es decir, pensar más allá del próximo trimestre económico, del próximo ciclo electoral o de la próxima campaña de marketing.
Y aquí empiezan las tensiones con el tipo de sociedad en la que vivimos.
2. La modernidad líquida y su impacto social
Zygmunt Bauman utilizó la metáfora de la modernidad líquida para describir las sociedades contemporáneas. Frente a la modernidad sólida, con instituciones, empleos y estructuras relativamente estables, la modernidad líquida se caracteriza por:
- Cambios acelerados y constantes: las tecnologías, los trabajos, las modas y hasta las relaciones personales se transforman a gran velocidad.
- Identidades flexibles y frágiles: ya no estamos atados a una única profesión, lugar o comunidad; esto puede ser liberador, pero también genera inseguridad e inestabilidad.
- Relaciones y vínculos débiles: los lazos sociales tienden a ser más superficiales y fácilmente desechables; lo que hoy se valora, mañana se olvida.
- Primacía del consumo inmediato: la promesa de felicidad se vincula al acto de consumir, ahora y aquí, y no a proyectos de largo plazo.
En este contexto líquido, nada parece durar demasiado, incluido las trayectorias laborales, las relaciones, las tendencias culturales … Todo es actualizable, sustituible, negociable.
Esta lógica de la fluidez influye en cómo entendemos el compromiso, la responsabilidad y el futuro. Si todo es provisional, ¿qué lugar queda para proyectos que requieren continuidad, paciencia y una visión a largo plazo … como es el caso de la sostenibilidad?
3. Cuando sostenibilidad y modernidad líquida se cruzan
Cuando intentamos encajar la sostenibilidad en una modernidad líquida, surgen tensiones. La sostenibilidad requiere estabilidad, coherencia, planificación y visión de futuro. La sociedad líquida, en cambio, empuja hacia la inmediatez, el cambio constante y la búsqueda de satisfacción instantánea.
De este choque nace lo que podemos llamar sostenibilidad líquida: esfuerzos, discursos y políticas sobre sostenibilidad que se adaptan a la lógica de la inmediatez, convirtiéndose en algo volátil, superficial y, a menudo, fácilmente reversible.
Algunas manifestaciones de esta sostenibilidad líquida son:
- Compromisos ambientales de corta duración: empresas que anuncian ambiciosos objetivos climáticos, pero los revisan a la baja ante la primera crisis económica o presión del mercado.
- Políticas parche: medidas ambientales que dependen del gobierno de turno y se derogan o debilitan con cada cambio político.
- Consumo verde como moda pasajera: oleadas de productos eco o verdes que duran lo que dura la tendencia, sin transformar los modelos productivos de fondo.
- Gestos individuales sin continuidad: periodos en los que reciclamos, reducimos plásticos o usamos más transporte público, pero volvemos rápidamente a hábitos menos sostenibles cuando nos resulta incómodo.
La sostenibilidad líquida no es un fracaso total, pero sí un riesgo que nos hace creer que estamos avanzando más de lo que realmente avanzamos, y dificulta la consolidación de cambios estructurales.

4. Retos actuales de la sostenibilidad líquida
Veamos algunos desafíos concretos que surgen al intentar ser sostenibles en una sociedad líquida:
4.1. El clic frente al compromiso
Vivimos en la cultura del clic, lo que incluye en nuestra rutina firmar una petición, dar un me gusta a una campaña ambiental, compartir un vídeo sobre el cambio climático.
Todas estas acciones tienen valor simbólico, pero pueden generar la ilusión de compromiso sin exigir cambios reales en nuestro estilo de vida o en las estructuras que lo sostienen.
La sostenibilidad líquida convierte la acción en favor de la sostenibilidad en un gesto rápido, pero no siempre en un proceso profundo.
4.2. Greenwashing y narrativa superficial
Muchas organizaciones han aprendido que ser sostenible vende. El problema es cuando se invierte más en comunicación verde que en transformación real.
El greenwashing, maquillar de verde prácticas que no lo son, se adapta perfectamente a la lógica líquida: se cambia el envase, el eslogan, el color de la marca … pero no necesariamente el modelo de producción y consumo.
Esto genera desconfianza y dificulta que la ciudadanía distinga entre cambios auténticos y marketing.
4.3. Políticas a corto plazo en un problema a largo plazo
La crisis climática, la pérdida de biodiversidad o la contaminación no se resuelven en una legislatura. Sin embargo, muchos gobiernos operan bajo horizontes de muy corto plazo, condicionados por encuestas, ciclos electorales y presiones inmediatas.
La sostenibilidad líquida se manifiesta aquí como políticas ambientales frágiles: avances tímidos que se pueden frenar, recortar o deshacer con relativa facilidad.
4.4. Sobrecarga informativa e impotencia
La avalancha diaria de noticias sobre desastres ambientales, incendios, olas de calor o pérdidas de biodiversidad puede generar fatiga e impotencia.
En la modernidad líquida, las noticias compiten por atención, y, lo que hoy es portada, mañana desaparece.
Esta volatilidad informativa puede alimentar una sensación de no hay nada que hacer, reforzando la parálisis o la búsqueda de soluciones rápidas y mágicas, en lugar de compromisos sostenidos.
5. ¿Cómo avanzar hacia una sostenibilidad sólida en una sociedad líquida?
La buena noticia es que líquido no significa necesariamente inevitablemente superficial.
La misma capacidad de cambio y adaptación que caracteriza a nuestra sociedad puede ser una aliada si la orientamos hacia la transición de la sostenibilidad.
Algunas claves para avanzar:
5.1. Pasar del gesto al hábito, y del hábito a la estructura
Los gestos individuales son un punto de partida, pero no pueden quedarse ahí. Necesitamos:
- Convertir acciones puntuales (reciclar, reducir carne o usar transporte público) en hábitos sostenidos.
- Impulsar que esos hábitos se traduzcan en cambios estructurales: presión ciudadana para mejorar el transporte público, apoyo a políticas de energía renovable, apuesta por la economía circular en nuestras decisiones de consumo.
La sostenibilidad sólida no se basa solamente en lo que hago yo, sino en cómo, a partir de mis decisiones, contribuyo a transformar normas, mercados y políticas.
5.2. Diseñar instituciones y políticas resilientes
En un mundo líquido, necesitamos instituciones que no se derritan ante cada cambio de viento político o económico. Algunas líneas de acción:
- Establecer objetivos climáticos y de biodiversidad vinculantes, con mecanismos de seguimiento y transparencia que trasciendan a los gobiernos de turno.
- Integrar la sostenibilidad en la educación, la sanidad, la planificación urbana, la movilidad y la fiscalidad, evitando que quede relegada a un departamento verde aislado.
- Apostar por ciudades y comunidades resilientes, con procesos participativos que den voz a la ciudadanía y refuercen el sentido de corresponsabilidad.
5.3. Economía circular y diseño sostenible como antídotos a lo desechable
La modernidad líquida ha normalizado lo descartable: productos de usar y tirar, modas relámpago, gadgets que se reemplazan antes de agotar su vida útil.
La economía circular y el diseño sostenible ofrecen una respuesta estructural:
- Diseñar productos reparables, duraderos y actualizables.
- Fomentar modelos de negocio basados en el uso compartido, el alquiler y la reutilización.
- Reducir el desperdicio mediante sistemas de recuperación, reciclaje de calidad y simbiosis industrial.
De este modo, la fluidez del sistema se orienta hacia ciclos cerrados de materiales y energía, en lugar de hacia una línea recta del adictivo fabricar – usar – tirar.
5.4. Cultivar una cultura del cuidado
Frente a la lógica de lo inmediato y desechable, la sostenibilidad sólida propone recuperar la cultura del cuidado:
- Cuidar de los ecosistemas, entendiendo que nuestra vida depende de su salud.
- Cuidar de las personas, especialmente de las más vulnerables, afectadas de forma desigual por la degradación ambiental.
- Cuidar del futuro, asumiendo que nuestras decisiones presentes influyen en generaciones que aún no han nacido.
Este cambio cultural no se consigue solamente con datos y gráficos, sino que requiere narrativas, experiencias, educación, arte y espacios de reflexión compartida.

6. Conclusión
La idea de sostenibilidad líquida nos ayuda a entender por qué, a pesar del conocimiento científico y de la creciente preocupación social, nos cuesta tanto consolidar cambios profundos hacia un modelo de vida más respetuoso con el planeta y con las personas.
En una sociedad marcada por la prisa, la incertidumbre y la necesidad de cambio constante, la sostenibilidad corre el riesgo de convertirse en una etiqueta de moda, en una campaña temporal o en un gesto puntual.
Sin embargo, esta misma fluidez puede ser una oportunidad si aprendemos a orientarla hacia transformaciones reales y duraderas.
El reto es claro: usar la inteligencia para que la sostenibilidad deje de ser un discurso líquido y se convierta en una práctica cotidiana y un proyecto compartido.
No se trata de aspirar a una solidez rígida, incapaz de adaptarse, sino de construir una sostenibilidad robusta y flexible, capaz de mantenerse en pie en medio de la incertidumbre. Una sostenibilidad que se encarne en nuestras decisiones personales, en nuestras organizaciones, en nuestras ciudades y en nuestras políticas públicas.
Cada elección cuenta, pero cuenta aún más cuando se conecta con otras, cuando se organiza, cuando se convierte en cultura y en estructura. Ahí es donde la sostenibilidad deja de ser líquida para empezar a ser transformadora.
Y ese camino es precisamente el que debemos recorrer, para pasar de la preocupación a la acción, y de la acción dispersa a la transición sostenible.
