El mundo digital nos desconecta de la naturaleza (1)

Vivimos en un mundo más conectado que nunca a nivel digital. Pasamos horas mirando pantallas (smartphones, ordenadores, televisores) mientras el canto de un pájaro o el susurro del viento pasan inadvertidos.

Nuestra desconexión con la naturaleza se está incrementando debido a la acelerada transformación digital y a un estilo de vida hiperconectado

El ciudadano medio occidental dedica entre 3 y 4 horas diarias exclusivamente al teléfono móvil (sin contar otras pantallas). Paradójicamente, esta hiperconectividad digital nos ha ido desconectando de la naturaleza.

Según un estudio reciente, los niños de 5 a 12 años pasan en promedio menos de 30 minutos al día al aire libre, menos tiempo que los presos de cárceles de máxima seguridad, que disfrutan habitualmente de al menos 2 horas de patio.

Si ya desde la infancia nos acostumbramos a un estilo de vida sedentario y digital, ¿cómo podremos valorar y proteger aquello que casi no conocemos?

Por eso, es importante reflexionar sobre por qué la hiperconectividad nos aleja del entorno natural, cuáles son las consecuencias de esta desconexión y qué podemos hacer para reconectar con la naturaleza en el día a día.

1. ¿Por qué nos desconectamos de la naturaleza?

Diversos factores de la vida moderna han generado una separación progresiva entre las personas y la naturaleza. Uno de los principales es la acelerada transformación digital y el estilo de vida hiperconectado.

Hoy podemos trabajar, estudiar, entretenernos y socializar a través de dispositivos electrónicos sin salir de casa. Esta comodidad tecnológica, sumada a jornadas ocupadas y entornos urbanos, reduce dramáticamente el tiempo que pasamos al aire libre.

Hemos llenado cada minuto de actividades estructuradas o de estímulos digitales, dejando poco margen para el ocio ecointeligente de antaño, es decir, jugar en el barrio, pasear por el parque o explorar el bosque.

La cultura del entretenimiento digital también compite con el mundo natural por nuestra atención. Es más atractivo (y accesible) deslizar el dedo por una pantalla que observar las nubes o curiosear entre las ramas. Además, en muchas ciudades el acceso cotidiano a espacios naturales se ha limitado, lo que provoca que más de la mitad de la población mundial viva a menudo rodeada de asfalto y edificios en lugar de árboles y ríos.

La urbanización y la pérdida de áreas verdes cercanas hacen que la naturaleza se perciba como algo lejano o excepcional (reservado para vacaciones o documentales), no como parte de la vida diaria.

A esto se suma una cierta percepción de inutilidad o incomodidad de las experiencias naturales frente a las digitales. En un mundo orientado a la productividad y la inmediatez, detenerse a contemplar un atardecer puede verse como tiempo perdido en comparación con responder mensajes o consumir contenido online. Incluso socialmente hemos normalizado que un niño se quede en casa con la tableta para estar seguro y limpio, antes que dejarlo jugar libremente afuera con riesgo de ensuciarse.

Este cambio de hábitos ha llevado al fenómeno que el educador ambiental Richard Louv denominó hace años déficit de naturaleza, es decir la carencia de contacto habitual con entornos naturales.

Entorno natural que rodea a los bosques: Río Jevero, Acebo, Cáceres, España

2. Consecuencias para la salud y el bienestar

La desconexión de la naturaleza no es solo una cuestión filosófica o nostálgica, pues tiene impactos reales en nuestra salud física y mental. Médicos y científicos advierten que esta falta de contacto con entornos naturales actúa como factor de riesgo para numerosas enfermedades.

No en vano, se ha observado que la desconexión del entorno natural está asociada con más casos de problemas de atención en niños, niveles altos de estrés, ansiedad e incluso depresión.

Pasar la mayor parte del tiempo en espacios cerrados, con luz artificial y vida sedentaria, contribuye a problemas como déficit de vitamina D, obesidad y trastornos del sueño. Nuestra biología evolucionó en interacción con la naturaleza, y privarnos de ella desajusta esos ritmos internos.

Precisamente, el concepto de déficit de naturaleza alude precisamente a síntomas que comienzan a ser alarmantemente comunes: fatiga crónica, apatía, irritabilidad, menor capacidad creativa y cognitiva, además de las dolencias ya mencionadas.

Algunos estudios comparan estos síntomas con los que sufren animales sacados de su hábitat y puestos en cautiverio, lo que se puedes ser una metáfora de lo que nos ocurre cuando nos enjaulamos voluntariamente entre paredes y pantallas. Irónicamente, aunque estemos hiperconectados virtualmente, muchas personas se sienten más solas y aisladas.

En el otro extremo, numerosas investigaciones han evidenciado el poder reparador de la naturaleza en nuestro bienestar. Pasar tiempo regularmente al aire libre reduce el estrés, mejora el estado de ánimo y la autoestima, favorece la concentración e incluso fortalece el sistema inmunológico.

Un revelador estudio británico determinó que dedicar al menos 120 minutos semanales a estar en entornos naturales se asocia con mejor salud y mayor bienestar psicológico. Esta dosis mínima de naturaleza (que equivale a unos 17 minutos al día) es alcanzable incluso con paseos en parques urbanos, y marca una diferencia significativa respecto a no tener ningún contacto verde.

Algunos países y pediatras ya hablan de recetar naturaleza a sus pacientes: conscientes de estos beneficios, promueven actividades al aire libre como parte de un estilo de vida saludable, igual de importantes que la buena alimentación o el ejercicio.

En definitiva, la naturaleza es una medicina gratuita y sin efectos secundarios que estamos desperdiciando en la era digital.

3. Consecuencias ambientales: perder el vínculo con nuestro Planeta

La desconexión no solamente nos pasa factura individualmente, sino que también afecta a nuestra relación colectiva con el Planeta.

Cuando las personas viven ajenas a la naturaleza, es menos probable que desarrollen empatía hacia otras formas de vida o preocupación por las cuestiones ambientales. Dicho de forma sencilla, no se protege lo que no se conoce ni se valora.

Si generaciones enteras crecen viendo los bosques, ríos y océanos sólo a través de pantallas (o ni siquiera eso), difícilmente sentirán la urgencia de preservarlos. Al contrario, pueden percibir la naturaleza como algo ajeno, inhóspito o sin importancia en sus vidas urbanas.

Este distanciamiento tiene implicaciones directas. Por ejemplo, al no experimentar de cerca la riqueza de un ecosistema, es más fácil caer en hábitos de consumo irresponsables que dañan al medio ambiente.

Pensemos en la cultura del usar y tirar: envases de plástico desechables, electrónicos que reemplazamos constantemente, comida ultraprocesada y empaquetada. Muchas de estas comodidades modernas generan contaminación y residuos que terminan en entornos naturales, pero como estamos desconectados, no somos plenamente conscientes del daño.

La basura desaparece de nuestra vista en el camión de la basura o por el desagüe, y nos olvidamos de ella. Sólo cuando vemos imágenes impactantes, como playas cubiertas de plásticos, animales heridos, montañas de desechos flotando en el mar, caemos en cuenta de la magnitud del problema.

En nuestra próxima entrega, veremos el caso del plástico en los océanos, como ejemplo de nuestra desconexión, y algunas ideas de cómo reconectar con la naturaleza.

Ricardo Estévez

Mi verbo favorito es avanzar. Referente en usos innovadores de TIC + Marketing. Bulldozer sostenible y fundador de ecointeligencia

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