Algunos la niegan, sin embargo, sabemos más que nunca sobre la crisis climática: informes científicos, noticias alarmantes y campañas de concienciación nos bombardean a diario.

Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto pasar de la alarma climática a la acción climática? Aunque muchos de nosotros estamos sinceramente preocupados por el Planeta, en la práctica no hacemos cambios significativos en nuestro estilo de vida depredador.
Esta aparente contradicción no se debe a ignorancia o maldad, sino a cómo funciona nuestro cerebro, que despliega defensas psicológicas que nos protegen del malestar y, sin darnos cuenta, nos mantienen en la inacción.
En psicología ambiental lo vamos a denominar las 5 D:
- Distanciamiento: percibir el problema como lejano en el tiempo o el espacio.
- Destino: sentir el cambio climático como un destino catastrófico inevitable.
- Disonancia: la incomodidad entre lo que sabemos y lo que hacemos.
- Denegación: evitar o suprimir la información climática incómoda.
- iDentidad: cuando las soluciones climáticas chocan con nuestros valores o estilo de vida.
A continuación, exploraremos cada una de estas D con ejemplos cotidianos, esperando reconocer estos mecanismos en nosotros mismos, para poder superarlos y dar el salto desde la preocupación hasta la acción consciente y efectiva frente al cambio climático.
1. Distanciamiento: el cambio climático como problema lejano
El (D)istanciamiento psicológico ocurre cuando nuestro cerebro ve el cambio climático como algo abstracto, distante e invisible.
Tendemos a pensar que es un problema que ocurre en otro lugar o en un futuro lejano. Por ejemplo, imaginamos osos polares en el Ártico o islas remotas amenazadas por la subida del mar, pero no asociamos el problema con nuestro día a día.
Los informes científicos suelen hablar del año 2100 o de lugares lejanos, lo que refuerza esa sensación de lejanía. Pero, seamos honestos, ¿cuándo fue la última vez que tomamos una decisión pensando en el próximo siglo? Esa distancia temporal y geográfica reduce nuestra percepción de riesgo.
En nuestra vida cotidiana, el distanciamiento se traduce en pensamientos tales como que el clima está cambiando, sí, pero los efectos serios llegarán más adelante o afectarán a otros, no a mí.
Incluso cuando vemos eventos extremos en las noticias, podemos creer que son hechos aislados o que aquí no pasará nada grave. Si no hemos sufrido inundaciones, incendios o sequías de primera mano, es fácil que el problema parezca menos urgente que otras preocupaciones inmediatas.
Además, a veces sentimos que las soluciones dependen de gobiernos o grandes empresas, no de nosotros, lo que nos hace distanciarnos aún más. El resultado es que, psicológicamente, nos enfocamos en lo cercano (familia, trabajo, asuntos del día a día) y dejamos el clima para más adelante.
Esta barrera del distanciamiento nos adormece frente a la crisis, minimizando la sensación de amenaza y restando urgencia a la acción.

2. Destino: la narrativa catastrófica que paraliza
Bajo la D de (D)estino se esconde en realidad el fatalismo y el catastrofismo con que a menudo enmarcamos al cambio climático.
Nos dicen que es un desastre inevitable, un futuro apocalíptico lleno de pérdidas y sacrificios. Este tono de destino fatal genera miedo y culpa en un principio, pero con el tiempo puede volverse contraproducente.
Cuando todo se presenta como oscuro y aterrador, nuestra mente tiende a desconectar para aliviar la angustia. No es de extrañar que, tras años oyendo que el fin está cerca, muchas personas terminen por habituarse al miedo y eviten el tema climático para no sentirse abrumadas.
Piensa en alguna noticia reciente sobre clima. Probablemente destacaba incendios devastadores, olas de calor récord o proyecciones alarmantes. Estudios periodísticos revelan que más del 80% de las noticias sobre clima usan un enfoque catastrofista. Inicialmente, esas noticias nos impactan, pero si cada mensaje climático viene cargado de desgracias, podemos desarrollar fatiga e incluso apatía.
Es el efecto ya no quiero escuchar más, y provoca que, por ejemplo, algunas personas cambian de canal cuando hablan de cambio climático porque siempre es lo mismo, puro desastre. Irónicamente, el exceso de alarmas nos puede volver insensibles.
Además, cuando sentimos que solamente nos ofrecen escenarios de pérdida (renunciar al coche, a la carne, a comodidades) sin soluciones esperanzadoras, crece una sensación de impotencia.
Y, ante la impotencia y el pánico, muchos optan por paralizarse o mirar hacia otro lado antes que actuar. Así, la narrativa del destino catastrófico termina sirviendo de excusa para la inacción, pues, total, si todo está perdido o va a ser un sacrificio enorme, ¿para qué me voy a molestar?
Enfrentar el cambio climático requiere esperanza y posibilidades de cambio, no profecías apocalípticas que nos dejen congelados.
3. Disonancia: viviendo en contradicción con lo que sabemos
La (D)isonancia cognitiva es ese incómodo choque interno entre lo que sabemos y lo que hacemos.
En el contexto climático, ocurre cuando estamos informados sobre el problema, pero nuestras acciones diarias no encajan con ese conocimiento. Por ejemplo, sabemos que el uso del coche contribuye al calentamiento global, pero aun así conducimos todos los días; sabemos que la producción de carne roja genera muchas emisiones, pero nos encanta la barbacoa de los fines de semana.
Esta contradicción nos hace sentir hipócritas o culpables. Y como esa sensación es molesta, buscamos formas de justificar nuestras elecciones en lugar de cambiarlas.
En la práctica, cada uno encuentra sus autojustificaciones. Un ejemplo común es que yo uso el coche, pero mi vecino tiene un todoterreno gigante y lo usa más, así que lo mío no es tan grave. O pensamos que, sí, volar en avión contamina, pero solo hago un viaje al año, otros vuelan mucho más”.
Buscamos desplazar la culpa hacia otros o minimizamos nuestro impacto
Otra estrategia para reducir la disonancia es poner en duda la información. Por ejemplo, aferrarnos a la incertidumbre (tampoco está 100% confirmado que el cambio climático sea tan grave) o creer que pronto inventarán alguna solución tecnológica milagrosa.
Al generar dudas sobre los hechos, aunque sepamos que son ciertas, aliviamos momentáneamente la incomodidad de no actuar.
En resumen, la disonancia cognitiva nos lleva a engañarnos un poco a nosotros mismos para sentirnos mejor. El problema es que esas excusas frenan los cambios reales, y, si nos convencemos de que no es para tanto o yo ya hago bastante, no daremos el siguiente paso.
Reconocer esta trampa mental es importante para poder alinear, poco a poco, nuestras acciones con nuestros valores medioambientales.

En nuestra próxima entrega trataremos sobre las 2 defensas psicológicas ante el cambio climático que nos quedan: la Denegación y la iDentidad.

 
  
 