El litoral mediterráneo español se ha convertido en escenario frecuente de inundaciones catastróficas y sequías severas en los últimos años.

Lejos de ser eventos aislados, estos fenómenos extremos están aumentando en intensidad y frecuencia, impulsados por el calentamiento global y agravados por décadas de planificación urbanística deficiente.
El resultado es una factura social, económica y ambiental cada vez más grave, que nos obliga a replantearnos cómo habitamos y gestionamos un territorio cada vez más expuesto a los fenómenos climáticos extremos.
1. Un litoral históricamente expuesto a extremos
La costa mediterránea siempre ha sido una tierra de contrastes climáticos: sequías prolongadas, inundaciones repentinas, temporales costeros, granizadas y heladas han marcado la historia de esta zona.
No es casualidad que vivamos en un territorio de riesgo. La ciudad de Valencia (España) sufrió en 1957 la riada del Turia, que dejó decenas de muertos y arrasó barrios enteros, lo que llevó a desviar el cauce del río. En 1982, la pantanada de Tous volvió a mostrar la fuerza destructiva de las lluvias torrenciales.
Estos desastres climáticos históricos impulsaron soluciones que hoy resultan clave. La desviación del Turia, por ejemplo, evitó que Valencia se inundara en la reciente DANA de 2024, cuando el caudal extraordinario fue derivado al mar.
Pero muchas otras zonas del litoral no han tenido la misma previsión ni infraestructura, y siguen siendo muy vulnerables.
2. El Mediterráneo se calienta: un mar casi tropical
El cambio climático ha añadido un ingrediente peligroso: el Mediterráneo se está recalentando. Durante los veranos, las aguas superficiales alcanzan los 28-29°C, casi como un mar tropical, 2 o 3 grados por encima de lo habitual.
La tropicalización convierte al mar en un depósito de energía y humedad que alimenta la formación de tormentas violentas
Cuando una DANA interactúa con ese aire cálido y húmedo, puede desencadenar lluvias torrenciales. No toda DANA provoca diluvios, pero el riesgo es mayor pues con un mar tan cálido, cualquier episodio tiene más probabilidades de ser devastador.
En la zona del mar Balear, 2 de cada 3 días de 2023-2025 registraron temperaturas marinas entre las más altas observadas jamás, un indicio claro de que el clima mediterráneo se está extremando.
3. Fenómenos más frecuentes e intensos
En las últimas dos décadas, los eventos extremos se han vuelto más frecuentes y severos.
La DANA de octubre de 2024 en Valencia dejó más de 230 fallecidos y miles de millones en pérdidas, tras descargar hasta 770 litros por metro cuadrado en dos días. Fue la peor inundación del siglo en España.

En la Región de Murcia los episodios extremos han dejado huella en la última década. La DANA de septiembre de 2019 fue especialmente devastadora en la Vega Baja del Segura y el Campo de Cartagena, donde se registraron más de 300 litros por metro cuadrado en apenas 48 horas. El río Segura desbordó su cauce y se produjeron inundaciones históricas en localidades como Los Alcázares, Torre Pacheco o San Javier, que quedaron anegadas bajo más de un metro de agua. El balance fue trágico: 7 fallecidos, miles de desalojados y pérdidas superiores a los 1.000 millones de euros.
Los Alcázares (Murcia), de hecho, se ha convertido en un símbolo de la vulnerabilidad de la costa murciana, al sufrir reiteradas riadas en 2016, 2019 y 2020 que han evidenciado la necesidad de repensar la planificación urbanística y la protección de zonas inundables.
Cuatro de las cinco inundaciones más catastróficas de España en el último medio siglo ocurrieron en el corredor entre Murcia y Valencia, considerándose esta franja costera como la zona cero del riesgo de inundaciones
También debemos resaltar que, a la vez, se intensifica el otro extremo, que la sequía. España es el segundo país de Europa con mayor estrés hídrico y un 75% de su territorio en riesgo de desertificación. Con un calentamiento global superior a los 2°C, las sequías extremas serían un 150-200% más probables.
El resultado de lo visto es un clima de contrastes: años secos y calurosos, seguidos de lluvias súbitas e inmanejables.
4. Urbanismo imprudente: multiplicador del desastre
Aunque el clima marca las condiciones, la forma en que hemos urbanizado el territorio determina gran parte del impacto.
Durante décadas se construyó en cauces, marjales y llanuras de inundación, ignorando las advertencias científicas. El resultado son cientos de miles de viviendas e infraestructuras situadas en zonas inundables.
Se calcula que más de un millón de viviendas en España están en riesgo de inundación, un tercio en la Comunidad Valenciana y Murcia. En estas provincias se concentran algunos de los mayores destrozos, con localidades asentadas junto a ramblas o humedales que figuran en los mapas de riesgo. La ocupación de estos espacios y la falta de drenaje han transformado lluvias intensas en auténticas tragedias humanas.
En los últimos años, la legislación obliga a incorporar mapas de riesgo en los planes urbanísticos y se han implementado medidas como diques, tanques de tormentas o soluciones basadas en la naturaleza.
Aun así, queda mucho por hacer para adaptar las ciudades existentes y acelerar la prevención, ya que el cambio climático exige respuestas más rápidas y decididas.
5. Conciencia ciudadana y papel de las administraciones
La población empieza a ser más consciente del riesgo climático, pero aún falta interiorizar una verdadera cultura de la prevención.
Muchas personas desconocen si su vivienda está en zona inundable o cómo actuar en caso de riada. Incluso con alertas oficiales, no siempre se reacciona adecuadamente.
Las administraciones tienen la responsabilidad de educar, informar y ordenar el territorio con diligencia. Esto implica integrar la variable climática en la planificación urbana, actualizar los planes de emergencia, reforzar los sistemas de alerta temprana y fomentar la confianza ciudadana en la ciencia y en las instituciones.
También requiere coordinar a distintos niveles de gobierno para garantizar políticas coherentes a largo plazo.

6. Conclusión: Adaptarnos para prevenir tragedias
Los desastres climáticos recientes en el Mediterráneo español muestran una realidad ineludible: el clima ya ha cambiado.
No basta con reaccionar tras cada golpe, necesitamos prevención y adaptación.
Esto significa educar y concienciar sobre los riesgos, planificar ciudades e infraestructuras seguras y fortalecer los sistemas de emergencia.
Una tormenta extrema puede ser devastadora si golpea un territorio mal planificado, pero mucho más llevadera si nos hemos preparado.
El cambio climático es un hecho, pero la tragedia no está escrita de antemano.
Solamente anticipándonos podremos salvar vidas y reducir daños. El momento de actuar es ahora y no podemos seguir aprendiendo a base de desastres.
