Quizás sea el consumo desmesurado uno de los principales factores que nos han llevado a la actual falta de sostenibilidad, tanto en su vertiente económica como social y medioambiental. Ya en 1928 la revista de publicidad Printer’s Ink advertía que un artículo que no se desgasta es una tragedia para los negocios. Y de ahí que hayamos acuñado un término para denominar al deseo del consumidor de poseer algo un poco más nuevo, un poco mejor, un poco antes de lo necesario. Lo denominamos obsolescencia programada.
Y uno de los ejemplos más claros, y que se puede estudiar en un periodo de tiempo muy amplio, son las bombillas de incandescencia. Ya vimos que en Livermore (California – EEUU) se encuentra en funcionamiento, en el cuartel de bomberos de la ciudad, la bombilla más antigua del mundo. Una bombilla instalada en 1901 fabricada en Shelby (Ohio -EEUU) alrededor de 1895. Y este no es el único caso de bombillas de larga duración longevas.
Pero, ¿sabemos por qué la bombilla fue la primera víctima de la obsolescencia programada?
En Ginebra en la Navidad de 1924 se creó en secreto el primer cártel mundial para controlar la producción de bombillas y repartirse así el pastel de las ventas del mercado mundial. Phoebus, así se denominaba el cártel, incluía a los mayores fabricantes de bombillas y lámparas de Europa y de Estados Unidos. Su objetivo era intercambiar patentes de invención y fabricación, controlar la producción y al consumidor. Querían que la gente comprara lámparas y bombillas con regularidad. Si las lámparas duraban mucho, era una desventaja económica.
Un año después de la creación de este cártel se creó el Comité de las 1.000 horas de Vida, cuyo objetivo era reducir técnicamente la vida útil de las bombillas. Casi un siglo después existen registros en los documentos internos que demuestran la existencia y actividad de este comité. Empresas como Philips en Holanda, Osram en Alemania y Lámparas Zeta en España formaban parte de este comité. Presionados por el cártel Phoebus, todos los fabricantes realizaron experimentos para crear una lámpara más frágil que cumpliera con la nueva norma de las 1.000 horas.
Y la fabricación estaba rigurosamente controlada para que se cumpliera esta norma: se montaban estantes con muchos portalámparas en los que se enroscaban muestras de cada serie producida. Compañías como OSRAM registraban meticulosamente la duración de las bombillas. A la vez, el cártel creó una intrincada burocracia para imponer sus reglas: los fabricantes eran multados severamente si se salían de las normas establecidas de las 1.000 horas. A medida que esta medida tomaba efecto, la vida útil de las lámparas comenzó a caer. En poco menos de 2 años pasó de 2.500 horas de vida útil a menos de 1.000.
Para los años 40, el cártel Phoebus había conseguido su objetivo: una lámpara estándar duraba 1.000 horas
Aunque en los años siguientes se patentaron muchísimas nuevas lámparas, incluso algunas superando las 100.000 horas útiles, ninguna llegó a comercializare, y si bien Phoebus nunca existió oficialmente su rastro nunca ha desaparecido. Su estrategia era ir cambiando de nombre: se llamó Cártel Internacional de Electricidad y luego volvieron a cambiarlo. Y sigue hasta el día de hoy vaya a saber bajo qué nombre.
Sin embargo, alejados del Occidente consumista, no existía tal obsolescencia programada. La economía comunista no estaba pensada ni regulada por el libre mercado, sino por el Estado. Sin ir más lejos, en la Alemania del Este las normas de fabricación estipulaban que una nevera debía durar al menos 25 años. En 1981 una fábrica de Berlín este comenzó con la fabricación de una lámpara de larga duración y la presentaron en la feria internacional Hannover en busca de compradores occidentales pero los del Occidente rechazaron la bombilla, a pocos años el Muro de Berlín cayó, la economía pasó a ser de consumo, la fábrica Narva cerró y la lámpara de larga duración dejó de producirse. Unos años después, Narva volvió a funcionar ofreciendo productos duraderos y preocupados por la sostenibilidad.
Es curioso pero el biznieto de Philips, Warner Philips, reniega de los planteamientos del oscuro cártel y sostiene que mercado y sostenibilidad son posibles. No podemos seguir comportándonos de la manera que los hacemos: consumiendo y tirando. Warner es el responsable de la lámpara de LEDs Philips de 25 años de duración través de Lemnis Lighting.
Sin duda, la obsolescencia programada es un asunto que afecta a la sostenibilidad de nuestro estilo de vida. Os dejamos con un documental imprescindible sobre este asunto:
En un próximo artículo trataremos el oscuro secreto del Ipod de Apple ¿lo conoces?
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Este tema es algo que nos saca de nuestra calma natural!! Siempre que hablo con personas que desconocen que esto ocurre y que se podría cambiar, ¡no se lo creen!!! siempre pongo el ejemplo de la bombilla de más de 100 años funcionando sin parar y sin estropearse… Espero que vuestro post se difunda y llegue a todas esas personas que aún no conocen este engaño de la sociedad de consumo…
Yo se de un lugar en La Plata donde venden las lamparas Narva viejas hechas en la republica democratica alemana por un diego cada una… y no les digo (jua jua) =P
Las bombillas Narva son eternas, ejemplo de que lo habitual no es lo racional
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quisiera saber que es lo que representa la bombilla?? en la obsolescencia programada
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La obsolescencia programada es un atentado contra el planeta y nuestros derechos, pero también el DRM es un atentado contra nuestra libertad.
Eliminad eso de vuestra web.
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wow, que impactante y sera que ahora las bombillas NARVA SEAN CIERTAS
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